Con una paz infinita encendió el segundo cigarrillo del día. En su boca sabía a menta, a viento sucio, a el olor del cabello de Paolo cuando volvía por la madrugada. Fumó durante mucho tiempo, sentado en la tierra, a medio camino de la “cárcel”, y a medio camino de lo correcto. Se echó hacia atrás cuando se cansó de estar sentado, colocando una mano en su nuca, para proteger su cabeza de la molestia que era la tierra y las piedras, aparte de las hierbas, clavándose en tu carne y cuero cabelludo para que dejaras de aplastarla. El suave sonido de las hojas chocando unas con otras, y de los posibles bichos, o animales, que se encontraban ahí, le dieron sueño. Una tontería, porque tenía que volver dentro de una hora, aun el sol se encontraba en su apogeo, pero el tiempo de Gran Bretaña es tan opaco y sombrío, que pronto las nubes apartarían al centro de nuestro universo.
Gran Bretaña es como el primo que delante de tus padres se porta bien y que luego cuando ellos voltean, te escupe.
Bostezó cansado y se percató que su cigarrillo ya se había consumido entre sus dedos. Lo tiró a un lado y lo enterró para ocultar las pruebas del delito. Se dedicó al arte de aburrirse mirando el cielo entre lo árboles del bosque. Se cernía azul, bello, inmenso sobre su exilio. Empezaba a llamar mentalmente a su situación: exilio, principalmente porque sonaba muy trágico, y le gusta intentar dramatizar en sus ratos libres. Muchos poetas, escritores, artistas, políticos, y posibles humanos de otras clases, habían estado antes en aquella situación, la del exilio, alejarse de su hogar y vivir en otra patria. Angelo se diferenciaba y apartaba de esas personas, porque él no era ninguna de las personas mencionadas, no se creía un humano de otra clase tampoco. Además, ¿quién se exilia al lugar del conflicto?
El mismo chico que se queda a descansar en un lugar aparentemente prohibido, con posibles fantasmas de niños sin cabezas. No le daba miedo porque no creía en los espíritus, ni en cualquier otra cosa que utilizan para asustar a personas ingenuas. Era un fan de las películas de terror con zombies caminando, del espiritismo, de toda cosa que de morbo, pero en realidad no creía en los espíritus, ni si quiera creía que se quedaran por asuntos pendientes. “Tal vez recuperar su cabeza” pensó. Los muertos estaban muertos y listo. Su cadáver se consumiría y ellos no hablarían, ni emitirían sonido alguno, están muertos. Y gracias a dios (tampoco creía en él, pero la frase se le ha pegado como chicle al zapato), los muertos no hablan. He ahí la razón de sus ganas de trabajar en una funeraria. Hablar con un humano y que éste no pronuncie palabra. También por el gusto de cortar carne.
“He inundarme del fuerte olor del formol” pensó
Miró su reloj con aire despreocupado y se puso de pie. Sacudió su ropa; que aquel día se componía de una cazadora de cuero, pantalones oscuros y una camiseta con el logotipo de un grupo que desconocía. “Ramones” . Un regalo de tío Anthony por las navidades pasadas, venía con una tarjeta que olía a sexo y desenfreno. Olía al perfume de tío Anthony, muy parecido al de su hermano. En la carta decía muchas estupideces sobre lo sólo que se siente cada vez que June se va a ver a su madre (una lesbiana francesa, tío Anthony tuvo un rollo de tres meses con ella, del cual salió June. Ahora ella está casada con una mujer y es feliz, eso le jode a tío Anthony) , sobre el Santa Claus de tamaño gigante que había comprado para los chicos de su grupo y sobre si Sebastian seguía jodiendo con todo eso de la religión de “mierda”. Su padre le obligó a tirarla cuando la leía en voz alta. La recuperó horas después y la metió en una caja en su armario. Ahí estaría segura.
Por cierto, nunca escuchó a los Ramones. Suponía que era música de la que le gustaba a tío Anthony, y a él no le gusta ésa música de sonido seco.
((Reservado para la roler de Kakao [?], puede venir con cualquier personaje. <3 Perdona por la demora, chica))