En un intento fallido de cocina

Había sido un ataque de desesperación lo aceptaba. Pero al menos lo había pasado bien por unos momentos aquella noche. Era un frío viernes, cuando Pascale había decidido salir bien abrigada a caminar por el bosque, para ver que tan cierto eran los rumores de que habían huesos de niños por la historia del lugar, o ese tipo de cuentos que se semejaban mucho a “El Aro”. Ya saben esa película que no asustaba a nadie. Como no había logrado encontrar mucha entretención, o a un intruso a quien asustar, se había detenido a un lado cerca de un pequeño lago a hacer una fogata. Quizás, si pasaba un avión la pudiera ver, y la terminaba sacando de ahí. ¿A que no? Existen los milagros.

Si bien, su sueño no se había cumplido, solo el hecho de a ver encontrado un momento de paz en aquella pocilga, le había ayudado mucho. Nuevamente, su ánimo florecía. Y tras haberse acostado cuando marcaban las 5:30 de la madrugada, Pascale era una chica que necesita dormir. Y mucho. Cuando despertó por fin, aquel sábado, su reloj le indicaba que ya había pasado el medio día, de hecho casi la mitad de la tarde. Eran prácticamente las cuatro cuando se había terminado de vestir, por fin, sin ese estrangulador uniforme.

La rubia, bajó las escaleras y camino reluciente por los pasillos hasta la Cocina. Tenía hambre, y sabía perfectamente que ya no se encontraría con nada en el comedor a aquellas horas. Al llegar al cómodo lugar, no se encontró con la Sra. Samantha, a quien ya conocía aparentemente, por asaltar la cocina siempre a deshora. –Err… ¿Y Samantha? - Le había preguntado a un viejo, que parecía tener muchos siglos, perdón, años. Tenía arrugas en las arrugas. –No está.- Le había contestado, al notar como lo miraba espantada la rubia. Definitivamente era lo más feo que había en Moon City. –¿Y podría comer algo? – Agregó ahora la chica con una sonrisa. – ¡Claro!.- Le contesto riendo. –Prepáratelo tú ¬¬.-

Dicho esto, el vejestorio que no medía más de medio metro, tomó su diario y camino saliendo de la cocina. –Genial. Tan difícil no puede ser.- Se dijo a si misma suspirando, algo asustada. Jamás en su vida, había cocinado. Ni siquiera un queque, o un huevo. Pero su hambre superaba toda expectativa negativa. Al menos podía ¿calentar las cosas, no? Tenía su habilidad. Comenzó destrozando, o sea, buscando y sacando todas las cosas que iba encontrando, sólo quería un sándwich y un jugo de naranja, pero no tenía idea donde estaban las cosas. Por lo que pronto tenía todo dado vuelta, pero al menos ya… había encontrado los cuchillos, platos, vasos, pan y naranjas para hecharlas a una licaudora, cuando sintió pasos por el pasillo. -No, porfavor no.- Se dijo a si misma, observando el desastre que tenía en el lugar.

Había madrugado buscando información en Internet acerca de las utilidades de congelar las cosas, y había pillado los cómics de X-men, con el ‘hombre de hielo’, Bobby, así que imprimió los artículos que contenían el control del hielo, junto con el sin fin de tecnicas de este personaje, y se fue a dormir a lo que salía el sol.

Despertó en el momento en que el hambre pudo ella, y aparte porque Sacary estaba durmiendo encima suyo y por equivocación le había congelado la punta de la cola, causando que este le rasguñara la mejilla. Sin siquiera mirar el reloj se puso ropa ‘decente’, un short y un polerón dos tallas más grandes, y partió a la cocina, con un par de hojas con la información de Bobby y un pañuelo parando el sangrado de su herida.

En el camino se había topado con el enano, digo, hombre con aspecto gruñón que siempre la fulminaba con la mirada cuando iba a la cocina, como diciendo ‘estos mocosos creen que uno es esclavo a cualquier hora’, pero que luego se perdió por los pasillos.

Cuando entró a la cocina, no se lo podía creer, una joven castaña tenía la cocina patas arriba, y tenía un aspecto mucho más hambriento que ella, pero que lucía asustada por la presencia de alguien mas – tranquila! tranquila! que no soy quien para castigarte por esto – le sonrió, riéndose en su fuero interno, y le dio la mano que no ocupaba en sujetar el pañuelo– un gusto, soy Alec, y no te preocupes… si quemas la cocina en un intento, yo la apago… congelo las cosas, o al menos lo intento – rió un poco más nerviosa, mostrandole el montón de papeles con datos sobre el hombre de hielo y sus habilidades para congelar las cosas.

–Como solo una persona puede causar tantos estragos? – preguntó en voz baja, registrando el refrigerador, ignorando si la otra la escuchaba.

-Por cierto, que hiciste para enojar al enano? - prosiguiendo con lo suyo, dejó sus papeles en la mesa y recogió los trozos de lo que parecía haber sido un plato, pero seguía charlando con la otra -y dime… que querías preparar? Veo que necesitas ayuda, y yo también tengo hambre, así que podría cocinar algo para las dos, te parece? – le preguntó, ofreciéndole esta vez una sonrisa amigable y de complicidad.

Entre tanta energía con la que se movía Pascale, saltando las cosas que ya se encontraban esparcidas por el piso, su perfecto estado físico con el que había despertado aquel sábado parecía estar esfumándose con rapidez. La rubia, que acababa de atar su cabello en una coleta, cuando pudo detectar pasos que venían en su dirección. Casi por inercia, y quizás también, por su mala suerte, terminó votando una botella que tenía en mano, haciendo estremecer el lugar con un sonido.

-Uff. Por un momento me imaginé que Bolita volvía a entrar.- Le respondió Pascale suspirando más aliviada, dejando caer las cosas que llevaba en las manos sobre un mesón que tenía en frente. Apoyó ambas manos en este, y prefirió, darle parte de su atención a la pelinegra que se hacía presente en el lugar. –Jaa…- Soltó ahora la rubia, provocándole casi un tic en el ojo. Casi. Aún no se percibía. -¿Quemar la cocina? No, no, eso no pasara. No. No voy a quemar nada.- Se auto trato de convencer. Rogaba a Dios, los ángeles, y todas esas cosas para tontos, que no quemara nada. No estaba dentro de sus planes pagar en “lingotes” de oro por destruir un servicio público. Sin embargo. Y tras unos segundos, analizo un poco el contexto y cayó en la cuenta de que Alec no le hablaba de su poder, si no, que del desastre que tenía en la cocina. –Oh. Perdón. Soy Pascale. Y yo, quemo cosas.- Agrego riendo por la situación levemente, dándole a entender también como había captado mal su bromas, antes.

Escuchando las palabras de Alec, Pascale recorrió por fin el lugar con su profunda mirada. No sabía, en que momento, la cocina había pasado de ser un lugar hermoso y pasivo a… bueno ese desastre. Desastre, que se parecía mucho, a su habitación. A su Habitación en Londres, claro. –Es por que no me conoces. Tengo una pequeña manía con eso de ver las cosas ordenadas.- Murmuro con una sonrisa lamentándose un poco por la situación. Nunca se sabe. Quizás la “OTRA” (así le dices tu a Pascale xD) era una maniática obsesiva del orden, que iba en busca para quien congelar por ser desordenada. –No lo sé. Creo que sintió envidia por soy joven y mido más de medio metro.- Bromeó con total tranquilidad, intentando guardar las cosas que había sacado, sin embargo no lo hacía, simplemente las volvía a dejar tiradas por otro lugar. –Me parece bien. ¿Qué comeremos? Aquí, eres tú, la experta.- Agregó ahora la rubia con ojitos tipo gato de Shreck. Pascale, era una niña mimada en el fondo, que no podía si quiera, ponerle sal adecuadamente a sus comidas, siempre le quedaban saladas.

[…la “otra” suena súper despectivo xD]

Se dedicaba a comer un cubo de hielo que había encontrado en el congelador, curioso, pero desde que recordaba había sido fanática de las cosas frías, comer nieve, entre otras cosas, así que su habilidad le iba como anillo en el dedo. Cuando escuchó que la chica, Pascale, quemaba cosas… se atragantó con el hielo que masticaba.

-No podríamos ser mas opuestas… hielo, fuego – tragó finalmente, inhalando felizmente. – Oh! Lo siento, no lo sabia – procesó lo que había dicho antes - con lo de quemar la cocina me refería a otra cosa – rió nerviosa, dando un paso hacia atrás

-No, tienes razón, no te conozco… pero en eso estoy, no? – caminaba por la cocina registrando el refrigerador, buscando materiales para un ‘desayunoalmuerzocena’, como le llamaba a sus comidas a deshoras.

-Créeme, no has visto aún mi ‘orden’, si no fuera porque últimamente duermo mas que oso… polar (xD), este lugar entero estaría patas arriba, como tu y la cocina… pero a gran escala, yo soy toda infortunios y males de ojos por donde pase, traigo el fin – rió perversamente, frotándose las manos en ademán de imitar al Señor Burns – me saca de mis casillas ver las cosas pulcramente ordenadas… me agradó, debo admitir, entrar a la cocina vuelta un chiquero, hay que ponerle un poco de sabor a este mundo con el desorden, y de paso descolocar al viejote, y su cara, sacrifico mi vida – soltó una carcajada. Cuando se hubo calmado, fijó la mirada en Pascale, incapaz de decidirse si el color de los ojos de ella eran verdes… o azules? Dudas, dudas.

–En fin… - después de un minucioso escaneo a las alacenas, llegó a una conclusión simple - si huevos con tocino, tostadas con mantequilla y jugo, o una taza de té o café, te apetece, puedo preparar, si quieres algo mas ‘sofisticado’, la carta es todo lo que puedas imaginarte. – Le dijo con modestia, buscando una sartén para su cometido. – Busca cubiertos y demás… no toques nada, o te congelo la mano, la cocina es mi reino – la amenazó de broma, traviesa, con una sonrisa y con una espátula en la otra mano. Estaba rompiendo los huevos contra la sartén ya con aceite, cuando fue iluminada por una idea.

-A ver… ven acá, por favor – le preguntó cortésmente, señalándole un lado de la cocina a gas – puedes prender acá, siiiii? – le puso ojitos de perro mojado, queriendo ver como Pascale manejaba el fuego - me causa curiosidad…. Necesitas una llama previa o puedes hacer ignición solamente con el aire? – Se apartó para dejar a la Pirómana pasar, cuando vio por el rabillo del ojo como una mota negra entraba a la cocina.

-Sacary! Siento lo de tu cola – acaricio a su felino amigo, tocándole la punta tiesa y ya un poco menos congelada de su cola, y se le ocurrió una idea que superaba la anterior – mejor aún, puedes ayudarme a descongelarle la cola a este pobre animal? – le regaló otra sonrisa cómplice.

[Por favor, quémale la cola al gato, y empezamos con la guerra xD ]